sábado, 3 de noviembre de 2007

Cuento gitano:::EL MUERTO QUE PAGÓ SU DEUDA


Érase una vez un gitano que debía a otro gitano quinientas piastras, y mientras el acreedor estaba fuera, de viaje, el deudor murió y no pudo pagar su deuda y cuando el acreedor llegó a su casa y se enteró de que el deudor había muerto sin pagarle, preguntó dónde estaba su tumba, tomó ,una vara y se puso a golpear la lápida.
Un vendedor ambulante gitano pasó por allí y le preguntó por qué estaba golpeando la tumba.
- Estoy dando golpes en la tumba de este hombre porque me debía quinientas piastras.
- Pues no golpees más - dijo el vendedor -, y toma las quinientas piastras.
El vendedor sacó eL dinero, se lo dio, y el acreedor se fue a su casa. Entonces el gitano muerto salió de su tumba, fue a buscar al vendedor que había pagado su deuda y, sin explicarle quién era, le dijo:
- Eres una buena persona; vayamos a trabajar juntos a la ciudad, y ganaremos mucho dinero.
El vendedor asintió, y los dos abrieron una carnicería en la ciudad. El vampiro gitano siempre vendía la carne y sólo se quedaba con el hígado, porque a los vampiros les encanta el hígado.
En esa ciudad vivía un pachá que tenía una hija. La muchacha se había casado varias veces, pero todos sus maridos habían muerto en la noche de bodas.
- Ve a cortejar a la hija del pachá para que sea tu esposa - le dijo el vampiro a su socio.
Pero el socio, que sabía lo que les había ocurrido a los otros maridos, respondió que no se atrevía, porque tenía miedo de que le pasase lo mismo que a 1os otros pretendientes.
- No temas - dijo el vampiro. Haré que sea tuya, y no te ocurrirá nada.
El vampiro fue a convencer a la muchacha de que se casase con su amigo, y cuando lo logró, le dijo a su socio:
- La primera noche no te acuestes con ella bajo ningún concepto; quédate en la puerta y dile que se te han olvidado las llaves de la tienda y qué tienes que volver a buscarlas: Enciérrala y pasa la noche solo.
Celebraron la boda, y por la noche el gitano hizo exactamente lo que le había dicho el vampiro y no le pasó nada. Al día siguiente, los dos gitanos llevaron a la chica a la ciudad de donde procedía su marido. A mitad de camino se sentaron bajo un olmo a descansar, a liquidar su sociedad y a repartirse el dinero que habían obtenido con su negocio. Cuando terminaron, el vampiro dijo:
- Esta doncella también la hemos ganado entre los dos, así que debemos repartírnosla.
La ataron al olmo y se alejaron veinte pasos; sacaron su cuchillo y se lo lanzaron a la muchacha, al tiempo que gritaban:
-¡Echa lo que tienes en el corazón!
La muchacha tenía tanto miedo que vomitó una serpiente. El vampiro cortó la serpiente en pedazos y le dijo a su socio:
- Yo ya tengo mi parte; ahora la doncella es tuya.
Y se marchó. Cuando el vampiro llegó a su tumba, dijo:
- Éste es mi hogar. ¡Que tengáis un buen viaje!
La pareja se puso a llorar, pero el vampiro les dijo:
- Yo pertenezco al otro mundo; sólo he venido tres días para corresponder a la amabilidad de un hombre que pagó una deuda en mi lugar.
Entregó a su socio su parte del dinero que habían ganado, le explicó quien era y desapareció.

Cuento gitano:::JORSKA, EL QUE RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS


Había una vez una mujer llamada Jerja. Era la madre de Vorja, la esposa de Bessik. El marido de Jerja se llamaba Jorska, de la tribu de los Perikoni, creo. ¡Y ahora escuchad esta historia!
En algún lugar de Rusia, probablemente a finales del siglo pasado, Jorska murió. Sus hijos, no obstante, eran jóvenes; el mayor, Grantja, sólo tenía doce o trece años. Jorska murió de pronto, sin causa aparente. Como es costumbre, le vistieron con sus ropas gitanas, compraron un ataúd y le amortajaron en él. Como manda la tradición, organizaron el velatorio de rigor. Eran gente humilde, así que no fue nada espectacular.
Cuando la muerte visita un hogar, nadie se va a la cama. Pero los allegados no siempre permanecen junto al muerto: a veces le lloran en sus propias tiendas. Su mujer se mantuvo junto a él, pero los demás le velaron en sus propias casas. Jorska no quería morir; tenía a sus pequeños y una esposa joven, y le entristecía dejarlos solos.
-Ahora todos están llorando y lamentándose con la cabeza descubierta
- dijo a quienes había encontrado en el otro mundo.
-¡Oh!, sólo tu mujer está llorando junto a tu cadáver. Los demás están en sus casas, no están en el velatorio replicaron sus compañeros del reino de los muertos.
-¡No lo creo! ¿Cómo podéis decir eso? Sé que están llorando por mí:
se lamentan y vierten sus lágrimas.
- Pues, si dudas de nuestras palabras, vuelve. Comprueba por ti mismo que
lo que decimos es verdad: sólo tu mujer te está velando.
Así que Jorska decidió resucitar. Y le dijo a su mujer:
-Jerja, dame tu mano.
Aunque estaba asustada, ella le dio la mano, al tiempo que gritaba: -¡Jorska está vivo! ¡Ha resucitado!
Entonces llegaron todos corriendo, ¡pero con los sombreros sobre sus
cabezas! Y Jorska dijo:
-Oh, mis queridos amigos, tengo permiso para vivir seis semanas más. Pero, si me hubierais velado con la cabeza descubierta me habrían dejado vivir muchos años más.
Quemaron el ataúd: no lo devolvieron.
Y vivieron a cuerpo de rey durante seis semanas. Le dieron a Jorska lo mejor que tenían y le entretuvieron de la mejor manera posible; todos le ayudaron. Conocer la fecha en que uno va a morir es algo extraordinario. Así que, cuando los otros clanes gitanos se enteraron, fueron al campamento a acompañar a la tribu de Jorska y a asistir al evento.
Y exactamente seis semana después de haber resucitado, Jorska murió.
Y desde entonces nadie ha tenido noticias de él.

Cuento gitano:::VANA


Mi primo Niglo se casó con una muchacha de una de las tribus gitanas serbias, y durante un año vivieron la despreocupada vida de dos solícitas mariposas, todo el día persiguiéndose y dándose caza el uno al otro. Y por la noche yacían los dos entrelazados, susurrándose bellas palabras al oído. Su amor pronto los llevó a engendrar una criatura; pero, cuanto más crecía el vientre de ella, más débil se sentía. En su amor por la muchacha, Niglo intentaba hacer todo lo posible para aliviarla. Iba a buscar el agua, recogía la leña y lavaba la ropa; todo esfuerzo era poco para él. Pero Vana, que así se llamaba su mujer, cada vez se encontraba más débil. Por fin llegó el día señalado, y pronto fueron tres en el hogar. Vana no era capaz de levantarse, porque el parto había sido difícil y había perdido mucha sangre. Mientras el niño ganaba peso sin parar, ella se iba quedando sin fuerzas. Una noche, mientras Niglo dormía abrazado a Vana y al bebé, ella murió.
Al día siguiente, Niglo parecía poseído por un demonio. Hizo jirones todas las ropas de Vana y las quemó. Destrozó su guitarra y arrojó los pedazos sobre los trapos ardientes. Rompió su cafetera, su taza y su plato, y los enterró. Lo único que conservó de ella fue su fotografía: no tuvo fuerzas para destruida. El cura del pueblo la enterró en el cementerio de San Jorge en Liebach. La familia de Vana arrojó un montón de ofrendas sobre su ataúd y el sepulturero cubrió de tierra la tumba. Después se marcharon todos, dejando a Niglo solo con su bebé, porque en aquel momento no podía soportar a nadie a su lado.
Niglo alimentaba y lavaba bien al bebé, pero en parte odiaba a aquel ser que había ido creciendo a costa de su Vana. Solía sentarse durante horas mirando obnubilado al bebé chillón, preguntándose cómo Dios podía ser tan estúpido para hacer morir a una esposa lozana y dar la vida a un niño tan llorón
Una noche en que la reluciente luna proyectaba extrañas sombras por todas partes, Niglo se despertó de repente. Acurrucada junto a las ascuas avivadas por el viento, una mujer sostenía a su bebé, que balbucía feliz. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Niglo. Era Vana. Estaba allí sentada, canturreando una vieja canción del país, pellizcando su pezón y póniéndoselo al niño la boca ansiosa. Poco después, el espectro volvió a colocar al niño en su cuna y lo arropó. Entonces, con una larga y tierna mirada que petrificó a Niglo, se dio la vuelta y se marchó, desvaneciéndose en la oscura arboleda. Niglo se acercó sigilosamente al bebé y contempló su cuerpecito dormido al tiempo que el día rompía sobre las montañas.
La noche siguiente, Niglo vistió deliberadamente al bebé con su ropa puesta del revés. Después puso una ristra de ajos alrededor del cuello del bebé y se puso a esperar al fantasma de Vana.
Apareció pronto, caminando ansiosamente, como lo haría una madre ante la llegada de su hijo. Niglo se dio cuenta entonces de que no había nada, que temer. De pronto, Vana retrocedió. Los ajos la repelían y las ropas la habían desconcertado. Se volvió hacia Niglo y le dijo entristecida:
-Niglo, querido Niglo, ¿por qué alejas a una madre de su hijo? ¿Es tan superficial tu amor que no puede alcanzar la profundidad de la tumba?
Niglo la miró y vio en sus ojos tal dolor y aflicción que su corazón se colmó de piedad. Vana sollozaba desesperada y miraba al bebé, que gemía en la cuna. Niglo quitó los ajos, aflojó las ropas y ofreció el niño a Vana, quien rápidamente cogió en sus brazos el precioso cuerpecito y se sentó a canturrean y hablar al bebé toda la noche. El corazón de Niglo latía con desesperada alegría.
Durante casi un mes Vana acudió cada noche. Sin embargo, el niño parecía ir debilitándose lentamente, como si un perfume de muerte le fuera robando poco a poco la vida. Niglo estaba cada vez más preocupado por el niño. Decidió llevar al bebé al cura para que lo bendijera, y acabó por contarle toda la historia. El cura, tras mucho darle vueltas, le dijo que esperara a que Vana estuviera a punto de marcharse, justo antes del alba, y que entonces 1a sujetara y la mantuviera en el campamento hasta que el dios Sol proyectara sus rayos sobre ella.
Esa noche, Niglo miraba a Vana sentada en cuclillas en el lugar de costumbre. Poco a poco, mientras la luna se movía entre las ramas de los árboles, Niglo fue armándose de valor. Cuando los primeros rayos de luz aparecieron por levante y Vana se inclinó sobre la cuna para dejar en ella al niño, Niglo se abalanzó sobre su pequeña figura fantasmal y la estrechó entre sus brazos. Los intentos de Vana por liberarse fueron inútiles, y sus gritos lastimeros hirieron el corazón de Nigle. Su mente sebló de terror por lo que estaba haciendo. Con lentitud agonizante, un rojo sol asomó tras los riscos, y Vana dejó de oponer resistencia en cuanto los rayos amarillos invadieron el valle, Se desintegró de repente, quedando entre los brazos de Niglo una mortaja negra que primero se hizo trizas y después se convirtió en polvo. Cuando Niglo se dirigió a la cuna y vio al bebé tendido, inmóvil con una sonrisa en su carita, supo instintivamente que el niño había muerto y estaba con su madre. Se arrojó sobre la manta y lloró con tal desesperación que, cuando el cura apareció al rayar el día, pensó que también él había muerto.
Los dos enterraron al bebé en el féretro junto a su madre. Y cuando abrieron la tapa, la dulce sonrisa del rostro incólume de Vana indicó a Niglo que por fin madre e hijo estaban juntos de nuevo.

domingo, 16 de septiembre de 2007